[box type=”star”]Este post forma parte de la serie “Asia de la A a la Z”, un abecedario personal de mis experiencias en Asia. [/box]

M de Mercados

Con la M me costó decidirme.

Pareciera que todo lo que representa a Asia empieza con M: motos, mezquitas, música, miradas, mujeres, mah jong… M de Muchas Cosas.

Pero después pensé que uno de los lugares más “clásicos” y que más me gustan del Sudeste Asiático son sus mercados. Así que la M va para ellos.

Cuando viajé por Latinoamérica creí que lo había visto todo (en cuanto a mercados), pero acá encontré aún más, y cada cual con su personalidad. En el Sudeste Asiático los hay de todo tipo: callejeros, en carpas, en las veredas, bajo techo, en lugares cerrados, nocturnos, diurnos, cien por ciento turísticos, cien por ciento locales.

Los mercados turísticos son lo más ordenaditos, los que venden los cuadernos de papel reciclado con los dibujos pintados a mano, los que ofrecen telas típicas y ropa de todos los colores (a precios más elevados), los que tienen Budas de todos los tamaños y lámparas con motivos chinos, los que exhiben cuadros con paisajes típicos, postales, libros que hablan de Asia, trabajos hechos en madera, pashminas y chales de la India.

Pero mis mercados preferidos son los locales, los que no están pensados para el turista sino que forman parte de la vida diaria de los asiáticos.

En estos lugares siempre hay ruido y movimiento, motos que avanzan entre las carpas, hombres que venden sus productos sobre alfombras al pie de un auto, mujeres que cortan las cabezas de los pescados sin piedad, chicas que cocinan sopa de noodles en las cacerolas y las sirven de desayuno, señoras que eligen los tomates más rojos y los chilis más verdes para el almuerzo, gallinas que revolean las alas mientras un hombre las degolla a sangre fría, bananas y frutas tropicales que cuelgan con cables y ganchos del techo, nenes que corren entre las mesas. Se venden frutas, verduras, flores, arroz, frutas secas, ropa, velos, gorros, zapatos, celulares, accesorios para celulares, animales vivos, animales muertos, comida recién hecha, comida cruda, pan, roti, pececitos embolsados, conejos, antigüedades, novedades. Hay colores, olores, sonidos, velocidad, voces, gritos, barullo.

Pero lo que más me gusta de estos mercados es que en cada país adquieren personalidad propia, de acuerdo al modo de ser de su gente.

Cuando fui a un mercado local en un pueblo de China nadie me prestó demasiada atención ni me miró dos veces, estaban todos concentradísimos haciendo las compras semanales y buscando las mejores ofertas (probablemente regateando a lo loco).

El mercado local en Hoi An (Vietnam) me pareció aceleradísimo: repleto de gente, con mujeres que gritaban a todo volumen y hombres que hacían zig-zag entre las mesas con un canasto lleno de baguettes en la moto.

En Laos, el mercado me pareció tranquiiilo y silencioso, los vendedores estaban sentados en sillitas o en el piso relajadísimos (a veces ni estaban, desaparecían por media hora y dejaban el local vacío) y respondían a todo con sonrisas tímidas y serenidad.

Y en el mercado de Jakarta (Indonesia), generé una mini-revolución (ya hablé muchas veces acerca de lo que significa ser una bule —mujer occidental “blanca” y “rubia”— en Indonesia… bueno, ahora imaginen a una bule en un mercado local donde no se ven muchas bule por día: revuelo). Todos los carniceros (no sé por qué pero justo fueron los carniceros) me saludaron de lejos, dejaron lo que estaban haciendo y posaron contentísimos. Como el de la foto.

Ah, y por si quieren aprender, acá en Indonesia carnicero se dice orang penjual daging (literalmente “persona que vende carne”).