Si me concedieran un deseo pediría (además de la teletransportación, ser invisible y hablar todos los idiomas existentes) tener un disfraz de persona local para cada ciudad, pueblo, isla y país del mundo.

Poder convertirme en la Humana Universal, una especie de Zelig/camaleón viajero capaz de adaptarme a cualquier cultura y entorno.

¿No sería genial?

Llego a Mongolia, me pongo el disfraz y chau, soy un mongol más, nadie me quiere vender nada.

Voy a Japón, me alargo los ojos, hablo japonés, soy una más, camuflada entre la multitud.

Nadie me vería como extranjera, nadie me vería como occidental, nadie me vería como turista, nadie supondría que soy “rica”, ni que me salen dólares por las orejas, nadie me ofrecería pizza o hamburguesas con papas fritas pensando que vengo a este lado del mundo para comer las comidas del otro.

Nadie me vería con una nube de etiquetas y preconceptos a mi alrededor: “es turista” → “tiene plata” → “seguro que quiere andar en elefante” → “no creo que quiera comer comida no occidental” → “le va a encantar el show de danzas típicas” → “seguro le fascina la experiencia auténtica de quedarse una noche en una tribu junto con 35 turistas más” → “a esta le vendo cincuenta budas en miniatura, uno para cada miembro de su familia” → etc → etc → etc

Hay algo que vengo notando en el Sudeste Asiático (especialmente en esta región de Tailandia-Camboya-Vietnam, no tanto en Indonesia, Filipinas o Malasia) que me genera entre bronca, tristeza y frustración: el abismo, la separación que existe entre “la gente local” y “el turista” (acá da lo mismo que seas turista, viajero, mochilero, retirado, curioso o loco).

Si sos “blanco”, sos “Westerner” y por ende sos turista (y por ende tenés mucho mucho dinero).

Todos los pueblos “turísticos” tienen, a saber: desde el hotel cinco estrellas hasta el guesthouse barato, los restaurantes de comida italiana, las panaderías francesas, los desayunos estadounidenses, el fast-food, las hamburguesas, el muesli con yogurt, el bar con televisión satelital puesto en algún canal de habla inglesa.

¿Globalización?

Probablemente.

¿Cura para la melancolía del turista?

Será.

Lo triste es que el comportamiento esperado del turista promedio es que se reclute en estos recintos junto con otros de su misma estirpe. Lo triste también es que en los pueblos chiquitos haya más construcciones turísticas a la vista que autóctonas. Y lo más triste es saber que, la mayor cantidad de las veces (no siempre, por suerte), una persona local entabla relación con un viajero solamente con el fin de venderle algo.

En América Latina no sentí esto. ¿Será el idioma?

Al hablar español jamás me resultó difícil viajar por mi continente, pude salirme del circuito turístico sin ningún problema, conocí gente que me invitó a quedarme en su casa sin pedirme nada a cambio más que mi amistad, me la pasé comiendo arepas, gallo pinto y baleadas, nunca me sentí una turista sino que realmente me sentí una viajera.

Será que el primer viaje, como el primer amor, queda idealizado en nuestros recuerdos.

Acá me siento rara, desconectada de los lugares que veo, desconectada de la gente que me cruzo.

Siento que por más que quiera, no puedo escaparme del Gringo Trail, del famoso circuito predeterminado.

¿Será la crisis de los ocho meses?

Siento que hice una regresión: en Camboya y Vietnam logré hacer Couchsurfing una sola vez (porque casi no hay gente dispuesta a alojar viajeros, porque a los pocos que les escribí jamás me respondieron, porque muchos de los que aparecen en Couchsurfing son dueños de hostels o conductores de tuk-tuks que buscan ampliar su negocio por esa vía), dejé de ir en busca de lo real y me dejé arrastrar dentro del circuito, por comodidad tal vez.

No lo sé.

Quiero llegar a un lugar que sienta auténtico, que me cale más profundo, que me sacuda por dentro, que me atrape.

No sé si ese lugar será Laos, pero igualmente iré, porque “ya estoy acá”, por inercia, porque no queda otra.

Cada vez siento más ganas de ir a la India.

Hasta ahora lo venía dejando “para más adelante”, tal vez por miedo a enfrentarme a algo tan intenso.

Pero ahora veo que lo necesito, que la idea de ir a India se hace cada día más fuerte, que de a poco me voy sintiendo preparada.

Así que, próximamente.

No doy fechas, pero siento que a principios del año que viene voy a estar por allá.

Tal vez ahí encuentre lo que estoy buscando.

Tal vez ese sea uno de mis lugares en el mundo.

Cada cual ve su propia realidad, teñida por muchísimos pares de anteojos que se cargan de nacimiento.

Y esta es la realidad que yo veo y transmito hoy.

Así que lo único que puedo decirles es no me hagan demasiado caso, seguro que es la crisis de los ocho meses.